En cierta ocasión leía con
los niños el cuento, El patito feo, de Hans Christian Andersen, cuando de
pronto una niña me preguntó que si no habían más cuentos de animales feos. ¡Claro!
respondió otro pequeño, debe haber muchos, ¿verdad, profesor? Para salir del
paso y como no había leído otro cuento con esas características les dije que
les escribiría uno.
Contentos fueron a casa. Yo
terminé de arreglar el espacio y mientras lo hacía mi mente trabajaba buscando por
los laberintos más fantasiosos de mi cerebro un personaje feo; no podía llegar
sin el cuento al siguiente día. ¡Una idea! pensé, para inventar una historia se
necesita primeramente ¡una idea!, lógica o absurda, no importa; luego, un
hecho, una historia o una fantasía, y tercero, al menos un personaje, que puede
ser humano o no; en síntesis, para inventar una historia se necesitan esos tres
elementos.
Luego de ordenar mi mente
fui a la calle a cazar ideas, a ver qué había disponible en el entorno, con los
ojos y demás sentidos abiertos, porque el escritor debe ver con sorpresa lo que
los demás no ven. Donde el común se asusta por una serpiente, el poeta admira
una raya de cebra, una mariposa le parece una gota de arcoíris, las letras son
los lápices derretidos y el pizarrón es una sabana si le dibujan un caballo o
un cielo si le pintan un pájaro; así debe andar el escritor, como el cazador en
la selva, en busca del alimento para su oficio: las ideas, porque qué escribirá
el que no tiene ideas, el que no alimenta su imaginación con los trabajos de
otros escritores, el que solo pretende dejar su oficio al azar de las “musas”
o de la “inspiración”; mejor es no esperar y sentarse a caminar en busca de una
historia.
En fin, pasé toda la tarde
sin escribir una línea, con la idea de lo que quería, pero sin precisar el
personaje. Me acosté pensando en que no podía aparecer en la escuela sin el
bendito cuento, porque cuando uno promete algo a un niño la palabra adquiere
una dimensión de respeto tan grande; miéntale a los niños y creará hombres
falsos, sociedades hipócritas, sin valores; quien escribe para niños y jóvenes debe medirse en lo que dice,
hablarle a niños reales, inventar historias para niños que respiran, que
piensan, que sienten, no para los que están en su imaginación ni para niños
bobos.
También debe leer, incluso
más de lo que escribe porque el escritor no puede descuidar las cualidades del
creador, estas son: el temperamento artístico, el talento y la actitud. El
primero, entendido como la vocación, la aptitud para adentrarse en la
literatura, el impulso emocional que induce a expresar algo, el espíritu de
búsqueda, la permeabilidad a la sorpresa y la disposición de aprender y
expresar. El segundo como la capacidad y disposición para el desempeño
literario y el tercero, la disposición de ánimo positivo para crear.
Había dicho que me acosté,
pensativo y ¡de pronto! exaltado por el silencio de la noche, por esa paz
anhelante de la horas tranquilas cuando despiertan en ti las cualidades del
creador, fui directo a la máquina y mientras encendía, salí al patio a caminar
y a pensar, y otro paso y otra idea y de tantos pasos casi paso por mis pasos a
un sapo que con su croar me dijo: heme aquí solitario, esperando que me vieras
desde hace tiempo, y yo entendí y lo pasé a mis ideas y fui y empecé a teclear.
Pero antes de empezar, tuve
que darle forma en la memoria, preguntarme ¿cómo sería la historia: su
presentación, el nudo, el desenlace? ¿será interesante la historia de un sapo
feo? ¿le interesará a los niños? Luego conté la historia en
tres líneas: “Un sapo buscaba novia. Nadie
lo aceptaba por feo. Buscó más allá de su entorno y alguien descubrió su
verdadera belleza”. Inmediatamente precisé el espacio temporal, pues toda
historia sucede en un lugar y un tiempo determinado y finalmente decidí la
fábula, es decir, cómo contarlo, en prosa o en verso, empezando directamente
por el conflicto o desde la presentación, con estructura lineal, quebrada,
retrospectiva o circular.
En síntesis, toda historia
pasa por diversos procesos mentales y eso hace que la escritura se convierta en
un oficio, y quien no lo domine no puede pretender que su trabajo tenga la
seriedad que el lector busca, porque al final de todo, escribimos no tanto
porque tengamos cosas que decir, sino porque queremos que alguien se entere de
esas cosas y para eso hay que ganarse al lector.
Una vez terminada, me dormí
y a la mañana releí y faltaban unas comas, unos acentos, algunos versos había
que reescribirlos y cuando finalmente lo consideré, imprimí y lo llevé a los niños
para someterlo a su consideración. He aquí la historia:
no tengo princesa
y cuando me veo
me da la tristeza
¿Quieres tú, ranita
ser mi princesita?
No puedo sapito
tú eres muy feíto,
qué dirían las ranas
mis amigas panas
Soy un sapito feo
no tengo princesa
y cuando me veo
me da la tristeza
¿Quieres tú, elefanta
que eres una santa?
No puedo sapito
tú eres delgadito,
si quieres besarme
tendré que acostarme
Soy un sapito feo
no tengo princesa
y cuando me veo
me da la tristeza
¿Quieres tú, camella
que eres la más bella?
No puedo sapito
tú eres muy chiquito,
contigo a mi lado
todo sería raro
Soy un sapito feo
no tengo princesa
y cuando me veo
me da la tristeza
¿Quieres, hormiguita
que eres chiquitita?
No puedo sapito,
tengo un noviecito,
búscate una novia
por allá en Varsovia
Y el sapito feo
se casó en Varsovia
con una princesa
que se hizo su novia
¡Soy un sapito lindo
tengo una princesa
y cada domingo
me sirve las fresas!
canta en su casita
con su noviecita
y contentos todos
se besan los codos
excelente
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