Jugando, ¡el niño vuela! |
Lo cierto es que a la escuela no se asiste para
hacer cosas divertidas, salvo ir a recreo a jugar pelota como bien responden
los muchachos y al no haber diversión, pues no sienten entusiasmo por el
conocimiento. El aprendizaje escolar se presenta ante el niño como una
situación conflictiva por cuanto la escuela implica tristemente para ellos,
leyes y sanciones. Olvidan los adultos que para acercarse al niño es necesario
entrar al juego, meterse en su mundo y cabalgar en su fantasía, expresar su
idioma que no significa hablar aniñado ni en diminutivo, sino usar el lenguaje
lo más real posible, porque a ninguno de ellos le gusta que lo traten como
niño.
Gabriel García Márquez nos dice, “Si a un niño se le pone frente a una serie
de juguetes diversos, terminará por quedarse con uno que le guste más. Creo que
esa preferencia no es casual, sino que revela en el niño una vocación y una
aptitud que tal vez pasarían inadvertidas para sus padres despistados y sus
fatigados maestros”. Esa vocación y esa aptitud no son otra que al amor al
juego, a eso se refiere García Márquez y por eso el desinterés que muchas veces
notamos en los alumnos a la hora de las prácticas escolares.
Vocación y aptitud, palabras mágicas que casi no se
evidencian en el adulto y en especial en el maestro fatigado, pero sí en los
niños y a cada momento lo demuestran sin reparar en lo oportuno de la
situación, del lugar o de las personas que estén a su alrededor. Tenía mi hija
cuatro años cuando jugábamos a ponerle nombre a las nubes: “aquella es un elefante montado en un pájaro”,
“a mí me parece un hipopótamo comiendo algodón”, “la de allá es una jirafa con
cabeza de nube” y la de más allá “un
vendedor de nubes de queso”; y ni
hablar cuando en pleno centro comercial hacía que jugara con ella “periquita” o cuando tenía siete años que
la inscribimos en danza y quería pasarse todo el trayecto a casa saltando: “¡no estoy saltando papá!, estoy ensayando
los pasos que aprendí”, para ella todo aquello era un juego y a mí me sirve
para ejemplificar la vocación y la aptitud de la que estoy hablando.
Hay un juego que aprendí en un taller de creación
literaria que consiste en nombrar diferentes tipos de palabras: gordas (elefante,
barril, ballena, hipopótamo) flacas (aguja, palillo, meñique) chistosas (payaso,
chiste) y así se pueden inventar palabras de todos los tipos, sabores y
colores. Lo traigo a colación porque cuando lo jugué con un grupo de alumnos en
la escuela inventaron tantas, pero no solo palabras sino también oraciones,
como esta: en el barril los hipopótamos
bailaban con las ballenas mientras los elefantes esperan para entrar con el mar,
en sus trompas, y así fueron creando oraciones para demostrar sus aptitudes
y todo porque aquello les parecía tan maravilloso y en donde podían demostrar
su talento.
El juego es la palabra clave para que los niños
empiecen a despertar el interés por la lectura. Platón (427─347 a. C) en su
libro La República, 536d – 537a ─Cierto─ dijo ─No emplees, pues, la fuerza, mi buen amigo, para instruir a los niños;
que se eduquen jugando [L93] y así podrás también conocer mejor para qué está
dotado cada uno de ellos.” Debe acercársele la literatura al niño a través
de técnicas creativas con la intención de despertar en ellos la motivación por
lo novedoso, por la lúdica, por un nuevo conocimiento que se imparta de manera
agradable: de ahí que se debe partir con el desarrollo de prácticas de creación
literarias estimulantes, de juegos literarios, de música, de danza, de teatro,
de lecturas que los lleven por lugares geográficos desconocidos, fábulas,
poesías.
Eso debería hacerse en las escuelas, juegos de
preguntas generadoras que provoquen el choque de imágenes en el cerebro del
participante, se debe buscar provocar el cuestionamiento en ellos, la necesidad
de búsqueda de respuestas, y con ello lograremos generar placer, desarrollar la
creatividad y la imaginación, la integración en la comunicación grupal.
Creo que una buena dosis de diversión en la niñez,
de sana, orientada y gustosa diversión, alivia suficientemente la entrada del
ser humano a la adultez. Una persona que desarrolle el sentido del humor, pero no
el humor chabacano, sino el refinado, llega a tener una mejor visión del mundo
que lo rodea; creo que es una fórmula mágica y por eso es importante al
trabajar con niños procurar que las cosas se hagan lo más divertido posible.
Jugar es tan sencillo y ameno, pero tristemente los
adultos no tenemos tiempo para nada y estamos condenados a la rutina diaria del
trabajo y lo peor es que también queremos condenar a los pequeños, líbrelos Dios de nuestros fracasos y permita
que sigan alegrando el mundo con sus sonrisas porque de los adultos, la
humanidad solo puede esperar amarguras.
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