domingo, 10 de enero de 2016

¿Cómo surge una historia?

En cierta ocasión leía con los niños el cuento, El patito feo, de Hans Christian Andersen, cuando de pronto una niña me preguntó que si no habían más cuentos de animales feos. ¡Claro! respondió otro pequeño, debe haber muchos, ¿verdad, profesor? Para salir del paso y como no había leído otro cuento con esas características les dije que les escribiría uno.


Contentos fueron a casa. Yo terminé de arreglar el espacio y mientras lo hacía mi mente trabajaba buscando por los laberintos más fantasiosos de mi cerebro un personaje feo; no podía llegar sin el cuento al siguiente día. ¡Una idea! pensé, para inventar una historia se necesita primeramente ¡una idea!, lógica o absurda, no importa; luego, un hecho, una historia o una fantasía, y tercero, al menos un personaje, que puede ser humano o no; en síntesis, para inventar una historia se necesitan esos tres elementos.

Luego de ordenar mi mente fui a la calle a cazar ideas, a ver qué había disponible en el entorno, con los ojos y demás sentidos abiertos, porque el escritor debe ver con sorpresa lo que los demás no ven. Donde el común se asusta por una serpiente, el poeta admira una raya de cebra, una mariposa le parece una gota de arcoíris, las letras son los lápices derretidos y el pizarrón es una sabana si le dibujan un caballo o un cielo si le pintan un pájaro; así debe andar el escritor, como el cazador en la selva, en busca del alimento para su oficio: las ideas, porque qué escribirá el que no tiene ideas, el que no alimenta su imaginación con los trabajos de otros escritores, el que solo pretende dejar su oficio al azar de las “musas” o de la “inspiración”; mejor es no esperar y sentarse a caminar en busca de una historia.

En fin, pasé toda la tarde sin escribir una línea, con la idea de lo que quería, pero sin precisar el personaje. Me acosté pensando en que no podía aparecer en la escuela sin el bendito cuento, porque cuando uno promete algo a un niño la palabra adquiere una dimensión de respeto tan grande; miéntale a los niños y creará hombres falsos, sociedades hipócritas, sin valores; quien escribe para  niños y jóvenes debe medirse en lo que dice, hablarle a niños reales, inventar historias para niños que respiran, que piensan, que sienten, no para los que están en su imaginación ni para niños bobos.

También debe leer, incluso más de lo que escribe porque el escritor no puede descuidar las cualidades del creador, estas son: el temperamento artístico, el talento y la actitud. El primero, entendido como la vocación, la aptitud para adentrarse en la literatura, el impulso emocional que induce a expresar algo, el espíritu de búsqueda, la permeabilidad a la sorpresa y la disposición de aprender y expresar. El segundo como la capacidad y disposición para el desempeño literario y el tercero, la disposición de ánimo positivo para crear.

Había dicho que me acosté, pensativo y ¡de pronto! exaltado por el silencio de la noche, por esa paz anhelante de la horas tranquilas cuando despiertan en ti las cualidades del creador, fui directo a la máquina y mientras encendía, salí al patio a caminar y a pensar, y otro paso y otra idea y de tantos pasos casi paso por mis pasos a un sapo que con su croar me dijo: heme aquí solitario, esperando que me vieras desde hace tiempo, y yo entendí y lo pasé a mis ideas y fui y empecé a teclear.

Pero antes de empezar, tuve que darle forma en la memoria, preguntarme ¿cómo sería la historia: su presentación, el nudo, el desenlace? ¿será interesante la historia de un sapo feo? ¿le interesará a los niños? Luego conté la historia en tres líneas: “Un sapo buscaba novia. Nadie lo aceptaba por feo. Buscó más allá de su entorno y alguien descubrió su verdadera belleza”. Inmediatamente precisé el espacio temporal, pues toda historia sucede en un lugar y un tiempo determinado y finalmente decidí la fábula, es decir, cómo contarlo, en prosa o en verso, empezando directamente por el conflicto o desde la presentación, con estructura lineal, quebrada, retrospectiva o circular.

En síntesis, toda historia pasa por diversos procesos mentales y eso hace que la escritura se convierta en un oficio, y quien no lo domine no puede pretender que su trabajo tenga la seriedad que el lector busca, porque al final de todo, escribimos no tanto porque tengamos cosas que decir, sino porque queremos que alguien se entere de esas cosas y para eso hay que ganarse al lector.

Una vez terminada, me dormí y a la mañana releí y faltaban unas comas, unos acentos, algunos versos había que reescribirlos y cuando finalmente lo consideré, imprimí y lo llevé a los niños para someterlo a su consideración. He aquí la historia:
  


Soy un sapito feo
no tengo princesa
y cuando me veo
me da la tristeza
¿Quieres tú, ranita
ser mi princesita?


No puedo sapito
tú eres muy feíto,
qué dirían las ranas
mis amigas panas

Soy un sapito feo
no tengo princesa
y cuando me veo
me da la tristeza
¿Quieres tú, elefanta
que eres una santa?

No puedo sapito
tú eres delgadito,
si quieres besarme
tendré que acostarme

Soy un sapito feo
no tengo princesa
y cuando me veo
me da la tristeza
¿Quieres tú, camella
que eres la más bella?

No puedo sapito
tú eres muy chiquito,
contigo a mi lado
todo sería raro

Soy un sapito feo
no tengo princesa
y cuando me veo
me da la tristeza
¿Quieres, hormiguita
que eres chiquitita?

No puedo sapito,
tengo un noviecito,
búscate una novia
por allá en Varsovia

Y el sapito feo
se casó en Varsovia
con una princesa
que se hizo su novia

¡Soy un sapito lindo
tengo una princesa
y cada domingo
me sirve las fresas!
canta en su casita
con su noviecita
y contentos todos
se besan los codos



martes, 5 de enero de 2016

El juego: vocación y aptitud en el niño

Jugando, ¡el niño vuela!
    Tengo por costumbre preguntar a mi hija ¿qué hicieron de divertido hoy en la escuela? pregunta a la que ella automáticamente responde, “nada, salir a recreo”. Cada día hago la misma pregunta de forma diferente y es porque quizás espero una respuesta diferente, algo como esto: “Profesor, qué es lo que tiene ocho patas, tiene plumas y habla”, esa extraña adivinanza me la formuló un pequeño de quinto grado y yo me quedé pensando qué cosa tiene ocho patas, lenguaje y alas y luego de los intentos fallidos vino la respuesta del chico, “pues un caballo, un jinete y un pollito en ancas; si alguien me hubiese preguntado ese día, ¡Jesús! qué hiciste diferente hoy en la escuela, con gusto hubiese contestado, aprendí de un niño una nueva adivinanza, pero lamentablemente nadie está interesado en lo que uno puede aprender de los niños.
Lo cierto es que a la escuela no se asiste para hacer cosas divertidas, salvo ir a recreo a jugar pelota como bien responden los muchachos y al no haber diversión, pues no sienten entusiasmo por el conocimiento. El aprendizaje escolar se presenta ante el niño como una situación conflictiva por cuanto la escuela implica tristemente para ellos, leyes y sanciones. Olvidan los adultos que para acercarse al niño es necesario entrar al juego, meterse en su mundo y cabalgar en su fantasía, expresar su idioma que no significa hablar aniñado ni en diminutivo, sino usar el lenguaje lo más real posible, porque a ninguno de ellos le gusta que lo traten como niño.

Gabriel García Márquez nos dice, “Si a un niño se le pone frente a una serie de juguetes diversos, terminará por quedarse con uno que le guste más. Creo que esa preferencia no es casual, sino que revela en el niño una vocación y una aptitud que tal vez pasarían inadvertidas para sus padres despistados y sus fatigados maestros”. Esa vocación y esa aptitud no son otra que al amor al juego, a eso se refiere García Márquez y por eso el desinterés que muchas veces notamos en los alumnos a la hora de las prácticas escolares.

Vocación y aptitud, palabras mágicas que casi no se evidencian en el adulto y en especial en el maestro fatigado, pero sí en los niños y a cada momento lo demuestran sin reparar en lo oportuno de la situación, del lugar o de las personas que estén a su alrededor. Tenía mi hija cuatro años cuando jugábamos a ponerle nombre a las nubes: “aquella es un elefante montado en un pájaro”, “a mí me parece un hipopótamo comiendo algodón”, “la de allá es una jirafa con cabeza de nube” y la de más allá “un vendedor de nubes de queso”;  y ni hablar cuando en pleno centro comercial hacía que jugara con ella “periquita” o cuando tenía siete años que la inscribimos en danza y quería pasarse todo el trayecto a casa saltando: “¡no estoy saltando papá!, estoy ensayando los pasos que aprendí”, para ella todo aquello era un juego y a mí me sirve para ejemplificar la vocación y la aptitud de la que estoy hablando.

Hay un juego que aprendí en un taller de creación literaria que consiste en nombrar diferentes tipos de palabras: gordas (elefante, barril, ballena, hipopótamo) flacas (aguja, palillo, meñique) chistosas (payaso, chiste) y así se pueden inventar palabras de todos los tipos, sabores y colores. Lo traigo a colación porque cuando lo jugué con un grupo de alumnos en la escuela inventaron tantas, pero no solo palabras sino también oraciones, como esta: en el barril los hipopótamos bailaban con las ballenas mientras los elefantes esperan para entrar con el mar, en sus trompas, y así fueron creando oraciones para demostrar sus aptitudes y todo porque aquello les parecía tan maravilloso y en donde podían demostrar su talento.

El juego es la palabra clave para que los niños empiecen a despertar el interés por la lectura. Platón (427─347 a. C) en su libro La República, 536d – 537a ─Cierto─ dijo ─No emplees, pues, la fuerza, mi buen amigo, para instruir a los niños; que se eduquen jugando [L93] y así podrás también conocer mejor para qué está dotado cada uno de ellos.” Debe acercársele la literatura al niño a través de técnicas creativas con la intención de despertar en ellos la motivación por lo novedoso, por la lúdica, por un nuevo conocimiento que se imparta de manera agradable: de ahí que se debe partir con el desarrollo de prácticas de creación literarias estimulantes, de juegos literarios, de música, de danza, de teatro, de lecturas que los lleven por lugares geográficos desconocidos, fábulas, poesías.

Eso debería hacerse en las escuelas, juegos de preguntas generadoras que provoquen el choque de imágenes en el cerebro del participante, se debe buscar provocar el cuestionamiento en ellos, la necesidad de búsqueda de respuestas, y con ello lograremos generar placer, desarrollar la creatividad y la imaginación, la integración en la comunicación grupal.

Creo que una buena dosis de diversión en la niñez, de sana, orientada y gustosa diversión, alivia suficientemente la entrada del ser humano a la adultez. Una persona que desarrolle el sentido del humor, pero no el humor chabacano, sino el refinado, llega a tener una mejor visión del mundo que lo rodea; creo que es una fórmula mágica y por eso es importante al trabajar con niños procurar que las cosas se hagan lo más divertido posible.

Jugar es tan sencillo y ameno, pero tristemente los adultos no tenemos tiempo para nada y estamos condenados a la rutina diaria del trabajo y lo peor es que también queremos condenar a los pequeños,  líbrelos Dios de nuestros fracasos y permita que sigan alegrando el mundo con sus sonrisas porque de los adultos, la humanidad solo puede esperar amarguras.