“Que
tenga quince páginas, nada de fantasía y alguno que otro dibujo”, así
mismito les dijo la profesora de Castellano y Literatura y ellos, mirándose
unos con otros sentían que no habían terminado la primera cuartilla y el lápiz rastrillaba
la página en busca de alguna palabra que restara angustia, sumara tranquilidad
y los hiciera olvidarse para siempre del arte de inventar historias.
“Qué
tenga quince páginas”, les volvió a recordar y de nuevo comenzó
el rastrilleo en la memoria de aquellos chicos por sacar de su mente un cuento
real, que no coqueteara con la fantasía y que al final solo les sirviera para
una calificación que sumada a otra les permitiera pasar la materia.
No le dio tiempo a la
profesora de explicarles que la literatura es ficción, que cuando se cuentan
los hechos tal cual como sucedieron se llama crónica y que al relatarse como
uno cree que debieron pasar se conoce como literatura; que es cierto que lo más
parecido a la realidad es la ficción, pero para que parezca, hay que saberla contar.
Tampoco le dio tiempo de
explicarles la trama:
presentación, donde el lector se
entera de los sucesos, se adelanta a imaginar el desarrollo y vislumbra las
fuerzas que se contraponen. Nudo,
donde despiertan las fuerzas en conflicto y el lector entra en tensión, deseoso
de saber cómo termina todo. El desenlace,
que debe soltarse cuando el interés del lector está en su punto máximo. También
le faltó aclararle la estructura, es
decir, cómo puede contarse una historia: lineal, quebrada, retrospectiva,
circular o quebrada, y ni agregar los detalles del tiempo y de cómo se crean
los personajes.
Cuando le expliqué eso a mi
hija, una de las estudiantes de ese tercer año, me dijo que su profesora había contado
que estudió con profesionales reconocidos. Eso eso pasa, le dije, hay gente que
no sabe invertir su tiempo en la universidad y estudian algo que no se parece a
ellos y luego desaprovechan el tiempo de los demás. Es triste, pero cierto.
Dos semanas después recibo otra
noticia similar. A mi hija menor, estudiante de sexto grado le mandan a
elaborar un blog literario con poemas, retahílas, trabalenguas, cuentos, mitos,
refranes, leyendas y canciones, diez de cada uno, transcritos a mano y para
colmo debía entregarlo el lunes sin falta; se lo habían enviado el viernes.
La tortura familiar fue
grande el fin de semana, al menos en quince días nadie quiso saber de
literatura; se inventaron otros juegos, fuimos de paseo al cine, yo me
encerraba a leer donde mis hijas no me vieran y cada vez que me regresaban las
ganas de degollar a la maestra, corría a la nevera, buscaba un pollo congelado
y reinventaba el cuento de Horacio Quiroga, hasta calmar mis instintos asesinos.
Con niños colombianos, dándoles un taller de literatura |
Qué bonito hubiese sido si
las profesoras se hubieran aprendido un cuento, por ejemplo, La vuelta al mundo, de Javier Villafañe,
La tempestad, de Jairo Aníbal Niño,
también pudo ser, La lora canora y el
gato Leopoldo, de Tomás Jurado Zabala o cualquier historia que luego les
sirviera para que los chamos identificaran la estructura y la trama. De esa
manera, además de dinámica e interactiva la clase se hubiese dado tipo taller, con
los dos complementos definidos, el artístico, al contarse la historia de manera
oral y el pedagógico, al estimular el análisis del cuento, pero de otra manera.
Así pudieron hacer varios ejercicios y comprometerlos a ellos a hacer lo mismo.
Faltó lúdica en ese proceso de enseñanza, qué lástima.
La cantidad no hace la
calidad. Una cosa es una historia larga y otra muy diferente una alargada. Los
cuentos terminan donde deben, si después de ahí se continúa, pierden sentido.
Una de las actividades que hay que rescatar en las escuelas es la lectura en
voz alta, el muchacho debe acostumbrarse a escuchar buena literatura y una
actividad diaria sería leerles un cuento, previamente ensayado en casa la
entonación, los silencios, las pausas, los cambios de voces y de ritmo. Cómo
les encanta a los chamos cuando el docente juega con la lectura, porque después
juegan a imitar las voces, las entonaciones, las dramatizaciones. Cuando se
crean las condiciones en el aula de clase, los niños son capaces de dar lo que
se les exija. La clave está en ganarse con cariño su cariño, luego aprenden a
valorarte, te respetan y hacen lo que les propongan.
Robert “Bob” Pike, uno de
los facilitadores más creativos, exitosos y eficientes de hoy, ha desarrollado
lo que se conoce como las cinco Leyes de Pike, específicamente la última dice: “Nadie sabe cuánto sabe hasta que le toca
explicarle a alguien que no sabe”. Estamos claro que en materia de
literatura, muchos profesores graduados es esta área, están echando su líquido
renal fuera de la bacinilla.
¡Jugando es mejor! |
Enseñar literatura en las
escuelas se logrará siendo lector. Habiendo leído los autores que han hecho su
oficio de escritor dedicándose a producir para niños y jóvenes. En el libro “La
literatura es un juego divertido”, edición del Sistema Nacional de Imprentas, Portuguesa,
año 2011, y cuya autoría me pertenece conjuntamente con Tomás Jurado Zabala, proponemos un compendio de ejercicios,
de juegos creativos que sirven como detonantes para despertar la ilusión y la
imaginación, de ellos describiremos tres:
1) El si mágico: Consiste en hacernos la pregunta stanislawsquiana
“qué pasaría si...” y generar situaciones inverosímiles para darles respuesta
literariamente lógicas. Ejemplo ¿Qué pasaría si una mañana un niño amanece
creyéndose un pájaro? A partir de esta interrogante los niños escriben sus
historias para luego leerlas
2) Versos de cabo roto: Jugamos a crear poemas cortos, dejando
inconcluso cada verso, suprimiéndole la última sílaba pero procurando que suene:
Ja, ja, ─dijo la
galli__,
pisaron también la
lu__
y ella que se cree
algu__
mis del cielo, muy
sifri__.
Yo no me creo adivi__
para decir acucio__:
más embellece la ro__
al lodazal que la
cer__,
incluso a la misma
puer__
y no se cree la gran
co__
3) Dime, primo, con qué lo rimo: Juego de velocidad mental para buscar
la rima. Lanzamos un par de versos y el participante debe complementarlo sin
importar que haya relación o no, siempre y cuando se produzca la rima:
Pájaro
que vas volando
por
qué abandonas tu nido…
Seguro que está
culeco
y todavía no ha
ponido.
Morrocoy
que vas tan lento
préstame
el caparazón…
Ni que fuera
prestamista
o no tuviera razón.
En total son diecisiete
juegos que complementan el libro y ya está en proceso el segundo tomo “La lectura es un vuelo divertido”,
esperamos pues, que nuestro aporte sea grano de arena en la titánica aventura
de hacer niños y jóvenes lectores, razón por la cual no se puede dejar de
cabalgar.